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La ilusión de la pereza
- La pereza suele ser un diagnóstico incorrecto de otros problemas más profundos. Si las personas no cumplen las expectativas no es por falta de motivación, sino por obstáculos invisibles (p. ej. problemas de salud mental, traumas, barreras sistémicas, etc.) que les impiden avanzar. En vez de tildarlas de vagas, deberíamos mirar más allá de la superficie.
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Las situaciones dan forma al comportamiento
- El entorno y las circunstancias de cada persona influyen en sus acciones mucho más que la personalidad o la inteligencia. Las normas sociales, el acceso a los recursos y el bienestar mental condicionan el éxito o el fracaso. Lo que de primeras puede parecer pereza suele ser una adaptación a las dificultades, no una falta de ganas.
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La importancia de preguntar el porqué
- Cuando las personas no logran completar una tarea, deberíamos preguntarnos el porqué en vez de asumir nada. ¿A qué presiones se enfrentan? ¿Qué necesidades no están logrando cubrir? Darle la vuelta a nuestra respuesta para pasar del juicio a la curiosidad nos permite entender y ayudar mejor a los demás en vez de apartarles y castigarles.
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Barreras, no excusas
- Los retos a los que la gente se enfrenta no son excusas, sino barreras legítimas. Los traumas, las enfermedades mentales, las discapacidades y las dificultades financieras son obstáculos reales. Ser conscientes de su existencia no significa dejar que las personas se vayan de rositas, pero sí nos permite darles el apoyo y las herramientas que necesitan para superarlos.
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La lucha oculta del sinhogarismo
- Las personas a menudo juzgan a los sintecho por comprar alcohol o tabaco, pero pasan por alto que estas sustancias pueden ser su forma de lidiar con la situación y que incluso pueden servirles de salvavidas en determinados momentos. Beber alcohol les ayuda a insensibilizarse cuando hace frío por la noche y el tabaco les suprime la sensación de hambre.
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Juicios morales sesgados
- La sociedad prefiere culpar a las personas de su sufrimiento en vez de reconocer que existe una injusticia sistémica. Es más fácil asumir que alguien es responsable de sus propios fallos que aceptar que los factores externos (p. ej. la pobreza, la discriminación, la falta de recursos, etc.) juegan un papel decisivo en sus dificultades.
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6 / 30 Fotos
El cansancio de la pobreza
- La pobreza no es solo la falta de dinero; es un ciclo interminable de obstáculos burocráticos y mentalidad de supervivencia. Los sintecho a menudo trabajan incansablemente para encontrar refugio, comida y atención médica, pero aun así se les tilda de vagos cuando en realidad hacen frente a innumerables obstáculos.
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Malinterpretando la procrastinación
- La procrastinación también se suele ver como vagancia cuando en realidad es el producto de la ansiedad, el miedo al fracaso o incluso la confusión (por no saber ni por dónde empezar, por ejemplo). Las personas a quienes les importa mucho una tarea a menudo la posponen precisamente porque la quieren hacer bien.
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8 / 30 Fotos
La parálisis del perfeccionismo
- Muchos procrastinadores posponen el trabajo porque temen no ser suficientemente buenos. Sus ansias de excelencia les generan ansiedad, lo que les impide ponerse manos a la obra. No se trata de una falta de motivación, sino de una presión sobrecogedora por triunfar que hace que les salga el tiro por la culata.
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La carga de la disfunción ejecutiva
- A algunas personas les cuesta fragmentar los proyectos en pasos más pequeños y fáciles de gestionar. Esto es un problema de funcionamiento ejecutivo, no de falta de voluntad. Sin el apoyo adecuado (p. ej. horarios estructurados o herramientas organizativas), estas tareas pueden parecer imposibles de realizar.
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Diferentes cerebros, diferentes necesidades
- A algunas personas se les da bien de forma natural estructurar su trabajo, mientras que otras necesitan sistemas externos para no desviarse. Recurrir a recordatorios, fechas de entrega o responsabilidad de grupo no significa que alguien sea vago, sino que procesa las tareas de manera diferente.
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Cuando los profesores juzgan erróneamente a los estudiantes
- A los estudiantes que no entregan las tareas a tiempo o que parecen despistados se les suele colgar el sambenito de vagos, cuando muchos lidian con problemas que los demás no ven. Si no entienden el contexto, los profesores corren el riesgo de castigar injustamente a estudiantes que lo hacen lo mejor que pueden dadas sus circunstancias.
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12 / 30 Fotos
Cuando los entornos de aprendizaje fallan
- La educación tradicional no suele contemplar a los estudiantes con necesidades especiales. Las expectativas de las escuelas y universidades son tan rígidas que tienden a alienar a los estudiantes que lidian con depresión, ansiedad o TDAH, lo que hace que les resulte aún más difícil sacar buenas notas en un sistema que ya de por sí es complicado.
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El valor para hablar de ello
- Que los estudiantes confíen en los profesores y les confiesen sus problemas es un acto de valentía, ya que muchos temen ser juzgados o apartados. Es de vital importancia que los educadores creen un entorno en el que los estudiantes puedan sentirse seguros y abrirse si así lo desean.
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14 / 30 Fotos
El poder de la validación
- Reconocer y legitimar los problemas de los estudiantes les ayuda a progresar. Cuando los profesores reconocen las barreras en vez de hacer como si no existiesen, los estudiantes ganan confianza, participan más en clase y, en última instancia, mejoran sus notas.
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El precio de la inflexibilidad
- Los profesores que se niegan a adaptarse a los estudiantes con dificultades les generan un sufrimiento innecesario. La inflexibilidad de la asistencia y las fechas de entrega hace que no se tengan en cuenta las crisis de salud mental, las discapacidades o los obstáculos personales. La compasión no debería confundirse con debilidad.
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16 / 30 Fotos
El privilegio de la facilidad
- Muchos educadores fueron buenos estudiantes y no tuvieron que enfrentarse a grandes dificultades, por lo que les cuesta empatizar con quienes tienen problemas para aprender. Esta falta de perspectiva puede dar pie a expectativas imposibles de cumplir y a juicios injustos acerca del esfuerzo ajeno.
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El estigma de las enfermedades mentales
- A los estudiantes con depresión, ansiedad o traumas a menudo se los tilda de vagos o irresponsables cuando, en realidad, están haciendo frente a innumerables retos. Sin el apoyo adecuado, corren el riesgo de verse apartados de los espacios académicos por completo.
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18 / 30 Fotos
La carga invisible
- Los estudiantes traumatizados suelen arrastrar una carga invisible. Esperar que rindan al mismo nivel que sus compañeros sin miramientos no solo no es realista, sino también muy cruel.
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19 / 30 Fotos
La lucha por la autodefensa
- Hay que recordar que muchos estudiantes con dificultades son increíblemente conscientes de que tienen problemas y buscan ayuda o van a terapia para intentar superarlos. Por lo tanto, tildarlos de vagos menosprecia su esfuerzo y los desanima a hablar por sí mismos.
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20 / 30 Fotos
Cuando la empatía transforma la educación
- Los profesores que se muestran comprensivos pueden cambiar la vida de sus estudiantes. Meras adaptaciones como poner fechas de entrega flexibles o mantener una comunicación abierta les permite progresar a pesar de las dificultades. Un poco de empatía puede hacer toda la diferencia.
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21 / 30 Fotos
El daño del elitismo
- Algunas instituciones se enorgullecen de no hacer concesiones a los estudiantes que presentan dificultades y confunden la crueldad con el rigor académico. En realidad, esta actitud elitista tan solo sirve para reforzar los privilegios.
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Cuando el fracaso no es una opción
- Es importante recordar que nadie quiere fracasar. Quienes se quedan atrás no eligen hacerlo, sino que no tienen más remedio que lidiar con obstáculos invisibles para los demás. Reconocer esta realidad permite encontrar soluciones que les ayuden a avanzar mejor y más rápido.
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La necesidad de acabar con los estigmas
- Las conversaciones sobre salud mental, disfunción ejecutiva y barreras sistémicas ayudan a desmantelar los estereotipos negativos. Cuanto más hablemos de estos problemas, mejor nos entenderemos y nos apoyaremos los unos a los otros. Echemos un vistazo a varias técnicas para hacer frente a esta aparente "pereza".
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Dividir las tareas en otras más pequeñas
- La disfunción ejecutiva hace que los grandes proyectos resulten sobrecogedores. Dividirlos en tareas más pequeñas y asumibles facilita el ponerse manos a la obra. Las listas, los horarios o incluso los cronómetros pueden ayudar a reducir la sensación de parálisis.
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Recurrir a la responsabilidad grupal
- A veces, tener a una persona al lado que compruebe tu progreso puede ser la clave para combatir la disfunción ejecutiva. Los grupos de estudio, las sesiones de cotrabajo o los controles periódicos con amigos pueden crear una estructura que fomente el seguimiento.
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26 / 30 Fotos
Establecer una rutina estructurada
- Las rutinas pueden minimizar el cansancio que supone tomar decisiones y la carga mental que requiere organizar tareas. Crear un horario diario que incluya tiempo de trabajo, pausas y autocuidado puede mejorar la concentración y la productividad.
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27 / 30 Fotos
Practicar la autocompasión
- Ser duro con uno mismo por tener dificultades solo empeora la disfunción ejecutiva y la "pereza". Reconocer los obstáculos sin juzgar, celebrar las pequeñas victorias y dejar margen por si surgen contratiempos puede hacer que el progreso parezca algo alcanzable en vez de sobrecogedor.
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28 / 30 Fotos
Menos juzgar y más observar
- En última instancia, si alguien parece vago, es importante observar la situación con detenimiento. Siempre hay barreras que pueden explicar su comportamiento. Entender este razonamiento en vez de condenarlo es el primer paso hacia el cambio real. Fuentes: (Medium) (Psychology Today) (NPR) No te pierdas: Hábitos diarios para aumentar tu felicidad: 30 consejos prácticos
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La ilusión de la pereza
- La pereza suele ser un diagnóstico incorrecto de otros problemas más profundos. Si las personas no cumplen las expectativas no es por falta de motivación, sino por obstáculos invisibles (p. ej. problemas de salud mental, traumas, barreras sistémicas, etc.) que les impiden avanzar. En vez de tildarlas de vagas, deberíamos mirar más allá de la superficie.
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Las situaciones dan forma al comportamiento
- El entorno y las circunstancias de cada persona influyen en sus acciones mucho más que la personalidad o la inteligencia. Las normas sociales, el acceso a los recursos y el bienestar mental condicionan el éxito o el fracaso. Lo que de primeras puede parecer pereza suele ser una adaptación a las dificultades, no una falta de ganas.
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La importancia de preguntar el porqué
- Cuando las personas no logran completar una tarea, deberíamos preguntarnos el porqué en vez de asumir nada. ¿A qué presiones se enfrentan? ¿Qué necesidades no están logrando cubrir? Darle la vuelta a nuestra respuesta para pasar del juicio a la curiosidad nos permite entender y ayudar mejor a los demás en vez de apartarles y castigarles.
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Barreras, no excusas
- Los retos a los que la gente se enfrenta no son excusas, sino barreras legítimas. Los traumas, las enfermedades mentales, las discapacidades y las dificultades financieras son obstáculos reales. Ser conscientes de su existencia no significa dejar que las personas se vayan de rositas, pero sí nos permite darles el apoyo y las herramientas que necesitan para superarlos.
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La lucha oculta del sinhogarismo
- Las personas a menudo juzgan a los sintecho por comprar alcohol o tabaco, pero pasan por alto que estas sustancias pueden ser su forma de lidiar con la situación y que incluso pueden servirles de salvavidas en determinados momentos. Beber alcohol les ayuda a insensibilizarse cuando hace frío por la noche y el tabaco les suprime la sensación de hambre.
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Juicios morales sesgados
- La sociedad prefiere culpar a las personas de su sufrimiento en vez de reconocer que existe una injusticia sistémica. Es más fácil asumir que alguien es responsable de sus propios fallos que aceptar que los factores externos (p. ej. la pobreza, la discriminación, la falta de recursos, etc.) juegan un papel decisivo en sus dificultades.
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El cansancio de la pobreza
- La pobreza no es solo la falta de dinero; es un ciclo interminable de obstáculos burocráticos y mentalidad de supervivencia. Los sintecho a menudo trabajan incansablemente para encontrar refugio, comida y atención médica, pero aun así se les tilda de vagos cuando en realidad hacen frente a innumerables obstáculos.
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Malinterpretando la procrastinación
- La procrastinación también se suele ver como vagancia cuando en realidad es el producto de la ansiedad, el miedo al fracaso o incluso la confusión (por no saber ni por dónde empezar, por ejemplo). Las personas a quienes les importa mucho una tarea a menudo la posponen precisamente porque la quieren hacer bien.
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La parálisis del perfeccionismo
- Muchos procrastinadores posponen el trabajo porque temen no ser suficientemente buenos. Sus ansias de excelencia les generan ansiedad, lo que les impide ponerse manos a la obra. No se trata de una falta de motivación, sino de una presión sobrecogedora por triunfar que hace que les salga el tiro por la culata.
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La carga de la disfunción ejecutiva
- A algunas personas les cuesta fragmentar los proyectos en pasos más pequeños y fáciles de gestionar. Esto es un problema de funcionamiento ejecutivo, no de falta de voluntad. Sin el apoyo adecuado (p. ej. horarios estructurados o herramientas organizativas), estas tareas pueden parecer imposibles de realizar.
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Diferentes cerebros, diferentes necesidades
- A algunas personas se les da bien de forma natural estructurar su trabajo, mientras que otras necesitan sistemas externos para no desviarse. Recurrir a recordatorios, fechas de entrega o responsabilidad de grupo no significa que alguien sea vago, sino que procesa las tareas de manera diferente.
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Cuando los profesores juzgan erróneamente a los estudiantes
- A los estudiantes que no entregan las tareas a tiempo o que parecen despistados se les suele colgar el sambenito de vagos, cuando muchos lidian con problemas que los demás no ven. Si no entienden el contexto, los profesores corren el riesgo de castigar injustamente a estudiantes que lo hacen lo mejor que pueden dadas sus circunstancias.
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Cuando los entornos de aprendizaje fallan
- La educación tradicional no suele contemplar a los estudiantes con necesidades especiales. Las expectativas de las escuelas y universidades son tan rígidas que tienden a alienar a los estudiantes que lidian con depresión, ansiedad o TDAH, lo que hace que les resulte aún más difícil sacar buenas notas en un sistema que ya de por sí es complicado.
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El valor para hablar de ello
- Que los estudiantes confíen en los profesores y les confiesen sus problemas es un acto de valentía, ya que muchos temen ser juzgados o apartados. Es de vital importancia que los educadores creen un entorno en el que los estudiantes puedan sentirse seguros y abrirse si así lo desean.
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El poder de la validación
- Reconocer y legitimar los problemas de los estudiantes les ayuda a progresar. Cuando los profesores reconocen las barreras en vez de hacer como si no existiesen, los estudiantes ganan confianza, participan más en clase y, en última instancia, mejoran sus notas.
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El precio de la inflexibilidad
- Los profesores que se niegan a adaptarse a los estudiantes con dificultades les generan un sufrimiento innecesario. La inflexibilidad de la asistencia y las fechas de entrega hace que no se tengan en cuenta las crisis de salud mental, las discapacidades o los obstáculos personales. La compasión no debería confundirse con debilidad.
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El privilegio de la facilidad
- Muchos educadores fueron buenos estudiantes y no tuvieron que enfrentarse a grandes dificultades, por lo que les cuesta empatizar con quienes tienen problemas para aprender. Esta falta de perspectiva puede dar pie a expectativas imposibles de cumplir y a juicios injustos acerca del esfuerzo ajeno.
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El estigma de las enfermedades mentales
- A los estudiantes con depresión, ansiedad o traumas a menudo se los tilda de vagos o irresponsables cuando, en realidad, están haciendo frente a innumerables retos. Sin el apoyo adecuado, corren el riesgo de verse apartados de los espacios académicos por completo.
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18 / 30 Fotos
La carga invisible
- Los estudiantes traumatizados suelen arrastrar una carga invisible. Esperar que rindan al mismo nivel que sus compañeros sin miramientos no solo no es realista, sino también muy cruel.
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La lucha por la autodefensa
- Hay que recordar que muchos estudiantes con dificultades son increíblemente conscientes de que tienen problemas y buscan ayuda o van a terapia para intentar superarlos. Por lo tanto, tildarlos de vagos menosprecia su esfuerzo y los desanima a hablar por sí mismos.
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Cuando la empatía transforma la educación
- Los profesores que se muestran comprensivos pueden cambiar la vida de sus estudiantes. Meras adaptaciones como poner fechas de entrega flexibles o mantener una comunicación abierta les permite progresar a pesar de las dificultades. Un poco de empatía puede hacer toda la diferencia.
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El daño del elitismo
- Algunas instituciones se enorgullecen de no hacer concesiones a los estudiantes que presentan dificultades y confunden la crueldad con el rigor académico. En realidad, esta actitud elitista tan solo sirve para reforzar los privilegios.
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Cuando el fracaso no es una opción
- Es importante recordar que nadie quiere fracasar. Quienes se quedan atrás no eligen hacerlo, sino que no tienen más remedio que lidiar con obstáculos invisibles para los demás. Reconocer esta realidad permite encontrar soluciones que les ayuden a avanzar mejor y más rápido.
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La necesidad de acabar con los estigmas
- Las conversaciones sobre salud mental, disfunción ejecutiva y barreras sistémicas ayudan a desmantelar los estereotipos negativos. Cuanto más hablemos de estos problemas, mejor nos entenderemos y nos apoyaremos los unos a los otros. Echemos un vistazo a varias técnicas para hacer frente a esta aparente "pereza".
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Dividir las tareas en otras más pequeñas
- La disfunción ejecutiva hace que los grandes proyectos resulten sobrecogedores. Dividirlos en tareas más pequeñas y asumibles facilita el ponerse manos a la obra. Las listas, los horarios o incluso los cronómetros pueden ayudar a reducir la sensación de parálisis.
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Recurrir a la responsabilidad grupal
- A veces, tener a una persona al lado que compruebe tu progreso puede ser la clave para combatir la disfunción ejecutiva. Los grupos de estudio, las sesiones de cotrabajo o los controles periódicos con amigos pueden crear una estructura que fomente el seguimiento.
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Establecer una rutina estructurada
- Las rutinas pueden minimizar el cansancio que supone tomar decisiones y la carga mental que requiere organizar tareas. Crear un horario diario que incluya tiempo de trabajo, pausas y autocuidado puede mejorar la concentración y la productividad.
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Practicar la autocompasión
- Ser duro con uno mismo por tener dificultades solo empeora la disfunción ejecutiva y la "pereza". Reconocer los obstáculos sin juzgar, celebrar las pequeñas victorias y dejar margen por si surgen contratiempos puede hacer que el progreso parezca algo alcanzable en vez de sobrecogedor.
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- En última instancia, si alguien parece vago, es importante observar la situación con detenimiento. Siempre hay barreras que pueden explicar su comportamiento. Entender este razonamiento en vez de condenarlo es el primer paso hacia el cambio real. Fuentes: (Medium) (Psychology Today) (NPR) No te pierdas: Hábitos diarios para aumentar tu felicidad: 30 consejos prácticos
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Desmontando la pereza: lo que realmente ocurre
Entendiendo los verdaderos obstáculos que dificultan la productividad
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"Vago" es una etiqueta que la sociedad suele poner muy rápido y sin mucho miramiento. Cuando las personas no cumplen las expectativas (ya sean académicas, profesionales o personales), lo habitual es asumir que les falta motivación o que no se han esforzado lo suficiente. ¿Pero y si el problema no fuese la pereza? ¿Y si la causa real del problema fuese algo más profundo, complejo y a menudo imperceptible a simple vista?
El mundo está lleno de barreras invisibles que nos impiden dar el 100%. Pero en vez de intentar derribarlas con apoyo y empatía, solemos juzgarnos los unos a los otros, alimentando así un círculo vicioso de vergüenza y malentendidos. Sin embargo, si vemos más allá de la superficie y profundizamos en las razones que hay por detrás de la aparente dejadez, podemos construir un mundo no solo más indulgente, sino también más productivo. Haz clic para saber por qué la pereza tal y como la concebimos podría no existir tan siquiera.
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