El inventor de esta enfermedad fue el médico decimonónico Arthur Shadwell. Tez pálida o enrojecida, expresión de cansancio, ojeras y ojos desorbitados: estos eran los supuestos síntomas de la enfermedad descubierta por Shadwell.
Sin embargo, no resultó ser más que una invención misógina cuyo propósito era evitar que las mujeres montasen en bicicleta. Al fin y al cabo, había que evitar a toda costa que estas pedaleasen hacia su libertad e independencia, ¿no?
El término fue acuñado en 1998 por el quiropráctico James Wilson. Lo utilizó para referirse a una supuesta condición que impedía que las glándulas suprarrenales produjesen hormonas, a menudo debido al estrés crónico. Sin embargo, no hay pruebas científicas que lo respalden.
El síndrome K fue una enfermedad inventada por un médico italiano llamado Adriano Ossicini para engañar a los nazis. Esta supuesta "afección mortal" era altamente contagiosa, lo que hizo que muchas familias estuviesen en cuarentena en el hospital Fatebenefratelli. Ningún nazi quiso acercarse a los pacientes por miedo a contagiarse, por lo que la enfermedad ficticia Ossicini cumplió su propósito.
Los urólogos Alan Wein y Paul Abrams bautizaron con este término a la necesidad imperiosa de orinar. Presentaron su descubrimiento en conferencias médicas patrocinadas por las empresas farmacéuticas que ofrecían la supuesta "cura".
Cierto es que varias enfermedades reales presentan síntomas similares, pero este término paraguas se creó con fines comerciales, ya que apelaba a un mercado más amplio.
Un hombre llamado Tim Hallam se hizo famoso por denunciar su supuesta sensibilidad a las frecuencias electromagnéticas que, según él, le causaban una amplia variedad de síntomas, desde insomnio y cefaleas hasta dolores musculares.
Según la OMS, "los síntomas son ciertamente reales y pueden variar mucho en cuanto a su gravedad. Cualquiera que sea su causa, la hipersensibilidad electromagnética puede ser un problema incapacitante para la persona afectada". Sin embargo, añade que no se dispone de un diagnóstico claro y que no hay ninguna base científica que vincule dichos síntomas con la exposición a las frecuencias electromagnéticas.
La persona encargada de dar la voz de alarma sobre este supuesto síndrome fue Nina Pierpont, una activista en contra de la energía eólica. Según ella, la exposición a los sonidos de baja frecuencia de las turbinas podía provocar visión borrosa, náuseas, insomnio y dolores de cabeza.
Y no solo eso, sino que el síndrome también podía fomentar el desarrollo de enfermedades como el cáncer. Sin embargo, no existen pruebas científicas que lo confirmen.
A día de hoy mucha gente sigue creyendo que la halitosis es un problema real. Pocos saben que fue una creación de la marca Listerine.
Básicamente, Listerine le dio un nombre pseudomédico al mal aliento y ofreció la solución al problema: su enjuague bucal.
La cándida es un hongo que la mayoría de personas portan. Cierto es que puede provocar infecciones como la candidiasis, pero por lo general es bastante inofensivo. Sin embargo, el doctor William Crook creía que algunas personas eran hipersensibles a él.
Según Crook, quienes sufrían de hipersensibilidad por cándida presentaban todo tipo de síntomas, desde ansiedad y estreñimiento hasta fatiga, asma y esterilidad. Sobra decir que no existen pruebas científicas que respalden esta teoría.
La absenta se labró una mala reputación en el siglo XIX, pero resulta ser que la bebida no era la responsable de las convulsiones y alucinaciones que sufrían los consumidores. Puede que por aquel entonces la absenta contuviese un alto nivel de tujona, un químico que podría haber sido el causante de la locura de quienes la bebían, pero lo más probable es que los síntomas descritos fuesen los propios del alcoholismo y el síndrome de abstinencia.
La histeria femenina se remonta al antiguo Egipto y fue resurgiendo con el paso de los años. Solía utilizarse para explicar una amplia variedad de síntomas que las mujeres presentaban, desde irritabilidad y ansiedad hasta insomnio, enfado o deseo sexual.
Los tratamientos fueron variando con el paso del tiempo; algunos incluían el uso de hierbas, exorcismos y "masajes íntimos". Esto hizo que muchas mujeres fueran tildadas de brujas y locas. Por suerte, esta enfermedad misógina inventada ahora es cosa del pasado en prácticamente todo el mundo.
Este término médico inventado se utilizó en el siglo XIX para diagnosticar los síntomas postraumáticos de los pacientes que habían sido víctimas de accidentes ferroviarios.
Los síntomas incluían dolor y cansancio crónicos, resultado de unos supuestos daños neurológicos. Aunque el diagnóstico no fuese el correcto, es probable que los síntomas sí fuesen reales y que estuviesen causados por la experiencia traumática del accidente.
Andrew Wakefield, un activista antivacunas británico, publicó un artículo (que luego fue retirado) en el que aseguraba que existía una relación entre los niños con autismo y una enfermedad intestinal a la que denominó "enterocolitis autística". La comunidad científica no tardó en refutar esta teoría.
Puede que la neurastenia fuese el equivalente decimonónico al síndrome de desgaste profesional actual, aunque se creía que esta se debía a que nuestro sistema nervioso tenía un límite y este se alcanzaba tras una exposición prolongada a demasiados estímulos.
Esta supuesta afección surgió a raíz del nuevo ritmo de vida que la industrialización trajo consigo a Estados Unidos. Los síntomas incluían ansiedad, cansancio, depresión y dolores de cabeza. La idea fue desapareciendo en los años 20.
La verdadera causa de esta supuesta "enfermedad" era el racismo. El médico Samuel A. Cartwright, de la Universidad de Luisiana, atribuyó las fugas de los esclavos a la "drapetomanía".
Esta "enfermedad de la mente", como la llamaba Cartwright, era la razón por la que los esclavos se escapaban. ¿La cura? Tratarlos con amabilidad hasta que volviesen a mostrarse sumisos.
No contento con semejante invención, al doctor Cartwright se le ocurrió otra enfermedad ficticia: la dysaethesia aethiopica. Esta afectaba tanto al cuerpo como la mente y servía de explicación al "mal comportamiento" de los esclavos para con sus amos.
En la época victoriana, a cualquier persona que mostrase el más mínimo síntoma de enfermedad mental se la diagnosticaba con locura. La manía, la depresión, la demencia o la epilepsia ya eran síntoma suficiente para tildar a alguien de lunático. Los pacientes diagnosticados con esta patología solían acabar en psiquiátricos.
El término se remonta a 1688 y se volvió tan popular que incluso se conservan registros de soldados suizos que fueron enviados de vuelta a casa por sufrir nostalgia.
Pero esta nostalgia no consistía solo en sentirse triste, sino que también se manifestaba con síntomas físicos como la fiebre, la inflamación cerebral y los paros cardíacos. La nostalgia, sin embargo, no es una enfermedad como tal.
No debe confundirse con la enfermedad de Wilson, que sí es una afección real. El síndrome de Wilson, por el contrario, fue una invención de un hombre llamado E. Denis Wilson quien, en 1990, decidió ponerle este nombre a varios síntomas que bien podrían ser los mismos de quienes padecen problemas de tiroides.
El origen de esta falsa y desagradable afección se remonta al antiguo Egipto. La supuesta causa es la acumulación y putrefacción de las heces en el intestino. No se desmitificó hasta los años 20.
La muerte súbita siempre ha sido difícil de explicar. Al médico Felix Plater se le ocurrió acuñar el término status lymphaticus mientras investigaba la muerte de un niño en 1614, el cual presentaba un timo dilatado (una glándula del sistema linfático).
Hasta los años 50, el status lymphaticus se utilizó para justificar la muerte súbita. Con el tiempo, por suerte, los avances médicos comenzaron a ofrecer explicaciones científicas a este trágico fenómeno.
Mucho se ha dicho sobre las personas que supuestamente entraron en combustión espontánea. A pesar de las muchas teorías que existen al respecto, aún no se ha demostrado que se trate de un problema médico.
Fuentes: (Grunge) (RealClearScience) (World Health Organization)(Science-Based Medicine)
Ver también: La ardiente verdad sobre la combustión humana espontánea